“No hay peor ciego que el que no quiere ver…”
Nuestro enamorado sabía, desde el
principio que aquella en quien había puesto sus ojos, la que había robado la
tranquilidad de sus noches y le dejó sólo con el deseo del volverle a ver; no
era suya y probablemente nunca lo sería, pues su corazón pertenecía a alguien
más, y por más que él trató de engañarse a sí mismo, haciéndose creer que
aquellos besos habían sido mucho más que pasión, mucho más que deseo…diciéndose
a viva voz que el mismo amor que su corazón sentía habitaba en aquella divina
dama, no lo consiguió…
Pronto aquel dueño, ausente, pero
dueño al fin, había regresado a la vida de su amada, y había reclamado para sí
aquello que le pertenecía -el corazón de la Doncella-
“Cuando me
lo contaron sentí el frío
de una hoja de acero en las entrañas,
me apoyé contra el muro, y un instante
la conciencia perdí de donde estaba.
Cayó sobre
mi espíritu la noche,
en ira y en piedad se anegó el alma,
¡Y se me revelo por qué se llora!,
¡Y comprendí una vez por qué se mata!
Pasó la nube
de dolor..., con pena
logré balbucear unas palabras...
y ¿qué había de hacer? Era un amigo
me había hecho un favor... Le di las gracias.”
Si, ya lo sabía… la dueña de sus
suspiros había regresado a los brazos de aquel que a quien realmente
amaba…comprendió nuestro soñador, y de muy dura manera, que cuando se es joven
e inexperto en cuestiones del corazón, tendemos a confundir Deseo y Placer con
AMOR, si…él se había confundido y ahora lo estaba pagando...pero ¿Qué de los
besos, de las miradas, de las caricias, de los momentos?...tenía que escuchar
de labios de ella la verdad…
“Me ha herido recatándose en las sombras,
sellando con un beso su traición.
Los brazos me echó al cuello y por la espalda
me partió a sangre fría el corazón.
Y ella impávida sigue su camino,
feliz, risueña, impávida, ¿y por qué?
Porque no brota sangre de la herida...
Porque el muerto está en pie.”
Ya había
escuchado de labios de su musa lo que no quería escuchar, ella dijo adiós
y a él su alma tras ella le abandonó… y empezó a preguntarse entonces,
¿tan poco signifiqué para ella?...
“¡No me admiró tu olvido! Aunque de un día
me admiró tu cariño mucho más,
porque lo que hay en mí que vale algo,
eso..., ni lo pudiste sospechar…”
Así son
las cosas, y no le quedó de otra que resignarse, aprender a vivir
sabiendo que la mujer que siempre soñó, un día cualquiera le miró, al otro día
le besó y luego, como si nada le abandonó…
Difícil,
muy difícil de lograr, más aun, cuando en lo profundo de su corazón quedó
marcado ese primer querer, esa primera ilusión…y un día como hoy, cuando
creía haberlo superado ya… nuevamente la vio…
“Alguna vez la encuentro por el mundo
y pasa junto a mí
y pasa sonriéndose y yo digo,
¿como puede reír?
Luego asoma a mi labio otra sonrisa,
máscara del dolor,
y entonces pienso: Acaso ella se ríe,
como me río yo…”
Volvió
entonces a ocupar su mente y su corazón aquel sentimiento que había dado ya por
enterrado, y volviendo a sentir todo eso, que lejos estaba ya de hacerle bien
expresó:
“De lo poco
de vida que me resta
diera con
gusto los mejores años,
por saber lo
que a otros
de mí has
hablado…
Y esta vida
mortal y de la eterna
lo que me
toque, si me toca algo,
por saber lo
que a solas
de mí has
pensado.”
Pero de nada habría de servirle ya
el atormentarse, ella había hecho su elección, en nada aprovechaba el
pensar en “lo que hubiese podido ser”…
Mal haría yo, como relator de esta
historia, diciéndoles que él la olvido, que encontró otra bella doncella que le
hizo sentir cosas aún mayores, y que logró olvidar lo vivido por completo…pues
aunque de ésta historia no he sido el autor, me inclino a pensar, que al igual
que la mayoría de nuestras historias -las reales- ésta no tiene un final de
cuento de hadas…
Me es más dable el afirmar que
nuestro soñador amigo aprendió su lección, y muchas noches después de lo vivido
expresó:
“¿Quieres que de ese néctar delicioso
no te amargue la hez?
Pues aspírale, acércale a tus labios
y déjale después.
¿Quieres que conservemos una dulce
memoria de este amor?
Pues amémonos hoy mucho y mañana
¡digámonos, adiós!”
By: Prosopopéyico