Yo... habíame hecho ya a la idea de
la despedida, y por eso la noche anterior a mi partida le había dicho adiós…
Mucho sentí en ese momento, mucho debí haberle dicho, mucho deseé que mis labios
se abrieran y en un vínculo perfecto con mi corazón, pudiese yo darle a conocer
lo que sentía… pero no… callé.
“Es tiempo de callar” -pensé- “no tiempo de decir…es tiempo de partir, no de
echar raíces”.
El tren que se suponía, debía
llevarme a casa partiendo de la estación a las nueve de la mañana, estaba -como
de costumbre- retrasado, y ahí esperando… yo, desperdiciando mi domingo en una
gris estación, sin poder sacármela ni por un segundo de la mente.
Sentí entonces ganas de llamarle,
de decirle que aún no me había ido, que si venía a mi encuentro podríamos
conversar un poco, pero…y si se presentaba, ¿Qué habría yo de decirle?
Me limité entonces a textearle diciéndole
que mi tren no saldría sino hasta por la tarde, y resumiendo todos mis
sentimientos en un “haces falta”, me resigné a pasar ese día, el de mi partida,
sólo en la estación, esperando que mi hora llegase.
Era hora ya de partir, pues mi
tiempo en aquella pequeña ciudad se había agotado; mi corazón no quería
despegarse de mi terruño, de mi familia, de mis amigos de toda la vida…pero el
deber y mi nueva vida en la gran ciudad me requerían; sin embargo he de admitir
que lo que más habría de extrañar era su sonrisa radiante, a mis ojos, todo lo
bello que el mundo puede ofrecer no se le comparaba.
Era hora ya de partir y mi tiquete
del tren de nueve, había mutado ya a tren de siete, la desesperada gente
peleaba con los funcionarios de la empresa, exigiendo devolución del dinero y
amenazando con demandas y similares…
Y mientras eso ocurría, yo... suspiraba por
los muchos recuerdos, las muchas sonrisas, las no pocas fotos y los inigualables
momentos que ella me había regalado, pensar en ella, había hecho que lo que para
muchos fue una insufrible espera, para mi fuese una jornada de miradas al cielo
y sonrisas muy dicientes.
Era hora ya de partir, y mis ojos
por última vez contemplaron el lugar, esperando infructuosamente ver algún rostro
familiar despidiéndome, a sabiendas de lo descabellado de la idea...
Y fue en ese
momento en que hallándome sólo en el pasillo a pocos instantes de dar la vuelta
y abordar, ella apareció radiante, iluminando el hasta entonces gris pasillo de
la estación...
Un instante bastó, un segundo fue
suficiente… para mirarla y saber que no quería pasar uno más sin su compañía,
no sabía las razones que le habían movido para llegar a mi encuentro, pero ahí estaba,
eso era lo único que importaba…
Debía hablar! -pensé- debía decir lo que
mi corazón gritaba hace ya mucho tiempo...
Pero de ello no hubo necesidad; fue su
mirada tan iluminada como la misma luna, la que me dijo, sin que emitiera
palabra alguna, que aquella bella dama sentía lo mismo que yo, no hacía falta
ya decir nada…
Sumidos en un abrazo que detuvo
el tiempo, nos dijimos sin palabras lo mucho que sentíamos, y a ese momento,
más que a ningún otro en la vida puedo llamarle felicidad.
Era hora ya de partir, y mi corazón
habiendo experimentado la vida y la muerte en un mismo instante, tuvo ya que
despedirse, pero no fue un adiós, no…
Pues por más que se quiera nunca podemos
decirle Adiós a aquel ser que es dueño de nuestra alma…un cálido beso selló
aquel amor que sin palabras expresamos…
Hasta luego mi bella dama, pronto
te veré y espero no despedirme de ti nunca jamás!