miércoles, 11 de julio de 2012

LA DESPEDIDA…



Yo... habíame hecho ya a la idea de la despedida, y por eso la noche anterior a mi partida le había dicho adiós…

Mucho sentí en ese momento, mucho debí haberle dicho, mucho deseé que mis labios se abrieran y en un vínculo perfecto con mi corazón, pudiese yo darle a conocer lo que sentía… pero no… callé.

“Es tiempo de callar”  -pensé-  “no tiempo de decir…es tiempo de partir, no de echar raíces”.

El tren que se suponía, debía llevarme a casa partiendo de la estación a las nueve de la mañana, estaba -como de costumbre- retrasado, y ahí esperando… yo, desperdiciando mi domingo en una gris estación, sin poder sacármela ni por un segundo de la mente.

Sentí entonces ganas de llamarle, de decirle que aún no me había ido, que si venía a mi encuentro podríamos conversar un poco, pero…y si se presentaba, ¿Qué habría yo de decirle?

Me limité entonces a textearle diciéndole que mi tren no saldría sino hasta por la tarde, y resumiendo todos mis sentimientos en un “haces falta”, me resigné a pasar ese día, el de mi partida, sólo en la estación, esperando que mi hora llegase.

Era hora ya de partir, pues mi tiempo en aquella pequeña ciudad se había agotado; mi corazón no quería despegarse de mi terruño, de mi familia, de mis amigos de toda la vida…pero el deber y mi nueva vida en la gran ciudad me requerían; sin embargo he de admitir que lo que más habría de extrañar era su sonrisa radiante, a mis ojos, todo lo bello que el mundo puede ofrecer no se le comparaba.

Era hora ya de partir y mi tiquete del tren de nueve, había mutado ya a tren de siete, la desesperada gente peleaba con los funcionarios de la empresa, exigiendo devolución del dinero y amenazando con demandas y similares… 

Y mientras eso ocurría, yo... suspiraba por los muchos recuerdos, las muchas sonrisas, las no pocas fotos y los inigualables momentos que ella me había regalado, pensar en ella, había hecho que lo que para muchos fue una insufrible espera, para mi fuese una jornada de miradas al cielo y sonrisas muy dicientes.

Era hora ya de partir, y mis ojos por última vez contemplaron el lugar, esperando infructuosamente ver algún rostro familiar despidiéndome, a sabiendas de lo descabellado de la idea...

Y fue en ese momento en que hallándome sólo en el pasillo a pocos instantes de dar la vuelta y abordar, ella apareció radiante, iluminando el hasta entonces gris pasillo de la estación...

Un instante bastó, un segundo fue suficiente… para mirarla y saber que no quería pasar uno más sin su compañía, no sabía las razones que le habían movido para llegar a mi encuentro, pero ahí estaba, eso era lo único que importaba…

Debía hablar! -pensé-  debía decir lo que mi corazón gritaba hace ya mucho tiempo...

Pero de ello no hubo necesidad; fue su mirada tan iluminada como la misma luna, la que me dijo, sin que emitiera palabra alguna, que aquella bella dama sentía lo mismo que yo, no hacía falta ya decir nada…

Sumidos en un abrazo que detuvo el tiempo, nos dijimos sin palabras lo mucho que sentíamos, y a ese momento, más que a ningún otro en la vida puedo llamarle felicidad.

Era hora ya de partir, y mi corazón habiendo experimentado la vida y la muerte en un mismo instante, tuvo ya que despedirse, pero no fue un adiós, no…

Pues por más que se quiera nunca podemos decirle Adiós a aquel ser que es dueño de nuestra alma…un cálido beso selló aquel amor que sin palabras expresamos…

Hasta luego mi bella dama, pronto te veré y espero no despedirme de ti nunca jamás!